Hacía casi 5 años que no me apoyaba en una ilustración para hacer catequesis. Cuando empecé, hacerlo así me daba mucha seguridad. Con el paso de los años me fui formando y creciendo en la fe hasta que no necesité los dibujos. Sin embargo, hace poquito he recuperado este bonito recurso que tanto bien me hace.
Tenía que hacer una pequeña oración sobre la Santísima Trinidad. Llevábamos dos semanas hablando de la Trinidad y del Espíritu Santo y yo no sabía qué podría aportar que no se hubiera dicho ya. Además, el día que debía exponer mi catequesis delante de todos, se realizaba una jornada de oración por las vocaciones en Palma y sería genial encontrar algo que lo hilara todo.
No se me ocurría nada.
Tres días después de que se me asignara la oración empezaba a preocuparme de no llegar a tiempo. Entonces miré la capillita que tengo en mi estudio dedicada a San Lucas Evangelista y recordé que mi carisma es la ilustración. Pensé en abordarlo de otra manera: en lugar de plantearlo como una oración, plantearlo como una ilustración. Y de repente me vino a la menta una idea: la conversión de Lidia.
La conversión de Santa Lidia se cuenta brevemente en un fragmento del Libro de los Hechos de los Apóstoles de la Sagrada Biblia. El texto dice así:
“Nos hicimos a la mar en Tróade y pusimos rumbo hacia Samotracia; al día siguiente salimos para Neápolis y de allí para Filipos, primera ciudad del distrito de Macedonia y colonia romana. Allí nos detuvimos unos días. El sábado salimos de la ciudad y fuimos a un sitio junto al río, donde pensábamos que había un lugar de oración; nos sentamos y trabamos conversación con las mujeres que habían acudido. Una de ellas, que se llamaba Lidia, natural de Tiatira, vendedora de púrpura, que adoraba al verdadero Dios, estaba escuchando; y el Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo. Se bautizó con toda su familia y nos invitó: «Si estáis convencidos de que creo en el Señor, venid a hospedaros en mi casa». Y nos obligó a aceptar.”
Tradicionalmente, se venera a Santa Lidia como la primera persona convertida al cristianismo de toda Europa. Y cómo debía de anunciar el Evangelio San Pablo que era tanto el ardor que sintió esa mujer que convenció a toda su familia para que se convirtiera. ¡Qué pasada! Este es el momento que quise representar en mi dibujo, el momento en que Santa Lidia, llena de devoción, va en busca de su familia para explicarles el tesoro que ha recibido. Por eso tiene un andar decidido, un paso firme con la mirada al frente, sin miedo. Además, el punto de vista es muy bajo dándole así a Lidia una presencia más heroica, reflejo de mi admiración cristiana. Detrás, San Pablo observa satisfecho los frutos de su conversión. Pero ¿mira buscando los ojos de Lidia o mira al fuego que le arde en el pecho a ella? ¿San Pablo se fija en la persona o en la acción del Espíritu Santo? Mi intención, pretendidamente sutil, era que San Pablo mira al fuego del Espíritu Santo como admirándose de lo que Dios está haciendo a través de él.
Si reflexionamos un momento sobre el texto, nos daremos cuenta que hacen falta dos cosas para convertir a Lidia: una intervención exterior -el anuncio del Evangelio por una tercera persona- y una intervención interior -algo que la conmueve por dentro y se produce el milagro de la fe-. ¿Y por qué son necesarios estos pasos para que alguien se convierta? Pues porque Dios es trinidad -Padre, Hijo y Espíritu Santo- y hacen falta que intervengan las tres personas de la Trinidad para que alguien se convierta. Veamos cómo.
Primero está Dios Padre, representado simbólicamente en mi dibujo con este sol radiante. ¿Qué hace Dios para que tengamos fe? Nos manda al Hijo y al Espíritu Santo. Sin él, no tendríamos ninguno de los otros dos.
Luego está el Hijo, Jesucristo. Cronológicamente, Jesús ya había muerto y resucitado hacía tiempo cuando sucede la conversión de Lidia. De hecho, se aparece a numerosas personas una vez resucitado, como sucede con San Pablo. Una aparición que os invito a leer porque le cambia la vida por completo. Pero a Lidia NO se le aparece Jesús. Entonces ¿cómo llega Jesús a Lidia? A través de la palabra. Es a través del anuncio del Evangelio que hace San Pablo que Jesús llega a Santa Lidia. Pero eso no basta.
Fijaros que el texto dice “y el Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo.” Esto, esta intervención divina en lo más profundo del alma, es la gracia del Espíritu Santo.
Así es cómo interviene la Trinidad en la conversión de las personas. Cuando los católicos tenemos tan claro que es evidente que Dios existe y obra así, es lógico preguntarse ¿por qué hay gente que NO cree? La respuesta rápida son estos tres puntos:
- Porque NO conocen el Evangelio. Porque no conocen la vida de Jesús ni sus enseñanzas. Por eso es tan importante que los católicos anunciemos que Jesús murió y resucitó por todos nosotros. Si callamos, obramos mal. El mundo necesita de nosotros para recordarles que Dios existe, que él nos ha creado y que nos ama a todos sin excepción.
- Porque NO les da la gana. Es el ejercicio de la libertad. Si crees, bien. Y si no crees, también. No se puede obligar a nadie a creer igual que no se puede obligar a nadie a amar. Pero, volviendo al punto de antes, no se puede amar aquello que no se conoce. Pues primero asegurémonos de que todos conocen a Jesús y luego ya veremos cuántos creen libremente en él.
- Porque NO les ha sido revelado. Y es que la fe es un don, un regalo que Dios da a los que él elige y cuando él quiere. Es posible que alguien esté buscando a Dios y no lo vea en ninguna parte. ¡Enhorabuena! ¡Este es tu primer encuentro con el Señor! Porque el Señor ha querido trabajarte un poco antes de revelarse en todo su amor. Sigue buscándole, no dejes de rezar y cuando menos te lo esperes, Dios te abrirá el corazón como hizo con Lidia.